Nació en la ciudad de La Plata el 12 de julio de 1923 y pasó su infancia y juventud en el popular barrio “El Mondongo”, conformado en su mayoría por familias humildes y sacrificadas. Sus padres, Juan Bautista —ebanista y carpintero— e Ida —modista— inculcaron en sus hijos los valores que plasmarían en cada acción a lo largo de sus vidas. En esos años de adolescencia, René forjará la convicción que luego transmitiría a los más jóvenes: que “nada, nada, se consigue sin esfuerzo”. Su abuela Cesárea —a quien le dedicó su tesis de doctorado— le inspiraría el amor por la vida, gracias a ella aprendió a amar la naturaleza hasta en su más mínimo detalle.
Fue su tío Leopoldo quién acercó a René, de apenas diez años, a ver fútbol al estadio de 60 y 118. Años más tarde, siendo reconocido como una eminencia de la medicina internacional, aún recordaría a la perfección la formación de aquel equipo que viera por primera vez, era el famoso “Expreso del 33”.
Tras finalizar sus estudios primarios en la Escuela N° 45 “Manuel Rocha”, ingresó 1936 en el prestigioso Colegio Nacional de La Plata “Rafael Hernández”, al cual agradecería permanentemente: “tuve un grupo de profesores excepcionales que nos llenaron el alma de humanismo”. Se refería a docentes como Carlos Sánchez Viamonte, Ezequiel Martínez Estrada y, especialmente, al dominicano Pedro Henríquez Ureña. Las enseñanzas de este último serán fuente de inspiración para su libro Don Pedro y la Educación.
De sus años de estudiante se llevó una lección que lo marcaría de por vida y de la cual sería un fiel exponente: “a mi entender lo que más debe preocuparnos es volver a despertar en los niños y en los adolescentes los valores esenciales, sin los cuales poco importa su capacitación técnica o profesional”.
Acompañaba sus horas de estudio con la práctica deportiva, como bien pregona desde sus tiempos fundacionales el club de sus amores: “Mens sana in corpore sano”. René jugaba al básquet amateur en Gimnasia, hasta que un día fue necesario concentrar todos sus esfuerzos en el estudio. Así se lo comunicaría al recordado Aníbal Tassara, entrenador del Club.
Al finalizar sus estudios de medicina en la Universidad Nacional de La Plata tomó la decisión que lo consolidaría como profesional y como persona: aceptó una propuesta laboral en Jacinto Aráuz, un pequeñísimo pueblo de la provincia de La Pampa. Esa experiencia crucial comenzaría en 1950 y, aunque inicialmente era solamente por cuatro meses, terminaría durando doce. Junto a su hermano Juan José —también médico— revolucionarían Aráuz. Con pocos recursos materiales lograron movilizar a la comunidad, incluyendo a comadronas y maestros rurales, quienes se sumaron a la ardua iniciativa. El referente de la medicina social supo expresar al respecto: “la prevención debería ser el aspecto más trascendente de nuestra especialidad…” y “no hay nada que pueda reemplazar a la vieja medicina clínica de “sentir” al paciente… una frase o un abrazo pueden herir o reconfortar nuestra salud”.
En febrero de 1962, antes de partir a los Estados Unidos —donde se especializaría en cirugía cardiovascular— presenció en el estadio del Bosque el amistoso del equipo albiazul frente al famoso Santos de Pelé. La distancia y los años en la prestigiosa Cleveland Clinic no lo alejarían de su pasión, siguió al “Lobo” a través de los diarios que le enviaban sus amigos, cada semana, desde nuestro país.
El 9 de mayo de 1967 realizó por primera vez la técnica del bypass aortocoronario, revolucionando la cirugía vascular. Esta técnica permitiría en poco tiempo salvar la vida de millones de personas en todo el mundo. Sin embargo, ni los éxitos profesionales ni el reconocimiento internacional obnubilarían su camino: regresar a la Argentina y colaborar con su patria, promoviendo los últimos adelantos en materia científica de la mano de un férreo humanismo. Favaloro no podía concebir el progreso científico alejado de las necesidades de las mayorías. Sobre los grandes avances de la medicina diría que “podrán considerarse verdaderos logros para la humanidad cuando todas las personas tengan acceso a sus beneficios y dejen de ser un privilegio para las minorías”.
Regresó a nuestro país en 1971 e ilusionado se incorporó al proyecto del Departamento de Cardiología del Sanatorio Güemes, sito en la Capital Federal. Mientras tanto impulsó su gran obra: la Fundación que llevaría su nombre, en aras de mancomunar la excelencia académica y el sentido social de la medicina. Este sueño dejó de ser tal para convertirse en realidad en el año 1975.
Poco tiempo después, nuestro país entraría en una de las épocas más tristes y oscuras de su historia. René tenía 53 años y la certeza de no renunciar a la causa que lo trajo de regreso. Fueron años de lucha y denodado esfuerzo para cumplir con ese ideal.
El fútbol siempre estuvo presente. Tras años difíciles para el club de sus amores, estaba convencido que la unidad de todos los gimnasistas era el inicio del camino para sacar al “Mens Sana” adelante. Y estaba en lo cierto. En 1983 alentó a su amigo Héctor Delmar a que aceptara la candidatura a presidente de la institución platense. Don René “fue el motor de la unidad y del ascenso”, recordaría luego Delmar, a quien Favaloro acompañó como miembro del Tribunal de Honor. Exultante de alegría se lo pudo ver aquel 30 de diciembre de 1984 en el que el “Lobo” volvía a la Primera División del fútbol argentino.
Sus logros profesionales prosiguieron. En 1992 creó el Instituto de Cardiología y Cirugía Cardiovascular y fue nombrado “Héroe de la Humanidad” por el “New York Times”. Y en 1998 abrió sus puertas la Universidad Favaloro, pieza que completó la obra iniciada con gran esfuerzo tres décadas antes.
En esos años, el doctor fue entrevistado por Néstor Basile y Javier Limousin en el aire de Radio Provincia. Ya se comenzaba a hablar de la posibilidad de construir un estadio compartido para la ciudad de La Plata. Su respuesta fue categórica: “la idea de mudarse en lugar de cultivar los cimientos ya existentes no me atrae. Los tilos que rodean el estadio de Gimnasia, su perfume, son parte de mi historia. No son solo recuerdos, son raíces, tallos donde floreció un sentir. Y esos recuerdos hay que protegerlos. Son un cimiento humano necesario”.
Su laboriosa tarea no le impidió seguir con fanatismo al equipo de Griguol, a quien admiraba y con quien compartía charlas de fútbol, tanto en Estancia Chica como en la Fundación Favaloro, sorprendiendo al propio DT por sus conocimientos técnicos. Es que René era realmente un jugador de toda la cancha.
En febrero de 2000 en el estado de la Florida, Estados Unidos, fue proclamado una de las “Leyendas del Milenio”. Sin embargo, el cardiólogo platense se mostraba crítico de las políticas reinantes y dolorido por las mayorías que vivían en la miseria y la desocupación.
Exhausto de luchar contra la corrupción enquistada en la sociedad y la burocracia que ponía en riesgo la misma vida de los pacientes, Favaloro se negó conscientemente a claudicar a los principios éticos que siempre lo habían guiado. El tripero que más sabía del corazón, nos dejó el 29 de julio del año 2000. Como expresara su amigo, el Padre Mamerto Menapace “la decisión de detener su propio corazón nos dolió a todos… prefiero respetar profundamente su memoria, sabiendo que el Dios de la Vida no dejará sin premio a quien amaba apasionadamente a la humanidad y en especial a su patria”. A pocos días de su partida, el pueblo tripero lo homenajeó en el estadio Juan Carmelo Zerillo con un minuto de ensordecedores aplausos. Respetando su voluntad, sus cenizas fueron esparcidas en los montes cercanos a Jacinto Aráuz.
Hoy diferentes ámbitos del club llevan su nombre: las escuelas primaria y secundaria, la centenaria platea techada del estadio, el memorial en las adyacencias al Juan Carmelo Zerillo, el anfiteatro y el boulevard frente al Campus, en Estancia Chica.
Ante la consulta de un periodista sobre el lugar que ocupaba Gimnasia en su vida, Favaloro respondería: “Gimnasia… En el único lugar posible: mi corazón”.
Más noticias